A Fernando Quiñones
In Memoriam
…pero no te has ido
José R. Delfín
Fernando, este verano estuve pasando unos días en Cádiz y para ir a la calle Santa Lucía, bajé por Rosario Cepeda, -esa calle de dos cuestas, la que parte o termina en la calle Benjumeda y la que, tras ser cortada por la calle Sacramento, si te descuida un poco te lleva hasta el mismo borde de la capilla del Hospital de Mujeres- y al pasar ante la que había sido tu casa me vino a la memoria casos y cosas del pasado, de ese tramo de edad en la que no se es ni niño, ni adolescente, ni hombre, pero que es la edad en la que las vivencias te marcan el subconsciente y, como no podía ser de otra manera, allí estabas tu, formando parte de ese importante periodo de mi vida. Eso me lleva a decirte algunas cosillas que, como homenaje a tu persona, creo tener la obligación de decir:
Aún no toqué con mis manos la escultura que los gaditanos mandaron esculpir en tu recuerdo, aunque la conozco, y, te diré la verdad, cuando la miré tuve que fijarme mucho, remirarla, para poder verte en ella. A primera vista –o por mejor decir, a primera mirada- parecía otro Fernando: más viejo, más cansado y más gordo, que no grueso, que eso suena a cursi y a ti no te gustaban las cursilerías. Pero, en honor a la verdad, tengo que decir que en el conjunto de la obra escultórica su autor había sabido captar todo el espíritu caletero que en ti vivía.
Recuerdo la última vez que estuvimos juntos: fue en el bar Merodio –la antigua Adela-, en la Plaza de la Libertad (con ese nombre era lógico que nos encontrásemos allí, pues la libertad para todos era una de tus principales luchas, por no decir la principal), frente a la puerta de la vieja Plaza de Abasto; esa puerta que a su derecha, según se sale, está flaqueada por los vetustos puestos de churros, y a su izquierda, los domingos, por los tradicionales “baratillos” que en el suelo exponen los desechos de mejores épocas. Al frente El Cuco y la calle Santa Lucía.
No me di cuenta de que estabas allí, apoyado en la esquina en la que finalizaba la barra, el mostrador, dominándolo todo, pues tu figura era ocultada por las de otros parroquianos; y tu voz, tu inconfundible voz, era a su vez tapada por el ruido de otras voces que más que conversar se gritaban. Y fue entonces cuando me viste y me llamaste. Nos abrazamos y, por narices, (que no es de buen gusto decir “por huevos”, que fue lo que tu me dijiste) nos tomamos juntos un par de finos, mientras mi tío –que por cierto se fue antes que tu hacia ese lugar que los que aún estamos aquí no sabemos donde se encuentra- y mi primo Pepe esperaron, pacientes y bebientes, hasta la casi una hora que duró nuestra salutación, en la que estuvieron presente algunas de nuestras pasadas vivencias.
Me abroncaste, dulce y socarronamente; pero me abroncaste. Porque, según tu, yo no escribía todo lo que tenía que escribir; y me apostillabas que entre el tiempo que me quitaba “mi otro trabajo” (no podías negar, ni tampoco te esforzabas mucho en disimularlo, que mi otro trabajo no te gustaba ni una miaja) y qué lo que escribía casi siempre lo hacía utilizando seudónimo o para otros, apenas publicaba nada… Pero, Fernando, para escribir todos los días y para ganar premios estabas tú: un gaditano nacido en Chiclana de la frontera que paseaba por el mundo el nombre de Cádiz, de tu Cai, y que iba coleccionando premios literarios. El Primero de ellos –de los llamados importante, al menos que yo recuerde- fue en Buenos Aires, en el año 1.960 (1), más tarde otros. Los más conocidos fueron en los años 1.979 (2) y 1.983 (3). En los dos últimos te pusieron en el segundo lugar del famoso y económicamente bien dotado Premio Planeta, y escribo te pusieron porque, según se decía, en realidad fuiste el verdadero ganador de los premios, el número uno, pues los otros, los que figuraban como ganadores, ya lo habían ganado antes de empezar la obra que presentarían al certamen, pues tanto los temas como los títulos eran escritos por encargo de la editorial patrocinadora, por eso de las Cuentas de Resultados de las empresas y -¿por qué no decirlo?- por la poco boyante situación dineraria de más de un ilustre negro, gracias a los cuales aparecen “nuevos valores” de los que apenas se oye hablar más tarde. Y mucho menos leer, pues sus plumas siguen estando como siempre estuvieron: secas de inspiración literaria.
No se suele hablar mucho, por ser menos conocida por el lector medio, del resto de tu obra: “Retratos violentos “, “Cercanía de la gracia”, “En vida”, “Ascanio”, “La visita”, obra esta que se puede considerar como tu testamento literario, “El viejo país”, “Historias de la Argentina”, “Nos han dejado solo” o “El coro a dos voces: una novela en relatos”, que no se trata de una autobiografía al uso; más bien es algo así como lo que Doubrovsky denomina como autoficción(4);algo no opuesto a la autobiografía, según define el crítico, sino que es una variante o una astuta filigrana por tu parte para hacernos llegar el aspecto más sustancial de tus experiencias, y que es una auténtica obra maestra de la literatura del siglo XX. No es necesario comentar nada sobre “Las crónicas del mar y tierra”, “Las crónicas de Rosemont”, “Encierro y fuga de San Juan de Aquitania” (5) etc., todo ello sin nombrar las series publicada en distintos periódicos, entre ellas la que titulaste “Las mijitas del freidor”, expresión gaditana donde las hayas, con la que tu te sentía especialmente satisfecho. Pero no trato de glorificar al escritor; pretendo, Fernando, recordarte –que saber bien que lo sabes- que los amigos de FQ –no solo del autor, librepensador y libertario- que aún estamos aquí queremos salvar las insalvables distancias –expresión muy tuya- del tiempo y del espacio para decirte que no te has ido; que en tu obra está presente casi todo aquello en lo que tu creías, y que tu espíritu está repartido, esperándonos a tus amigos, entre la Caleta y el Carnaval.
Un fuerte abrazo, querido y admirado amigo. Espero que, en el lugar donde estés, leas con el mismo afecto con que yo te las escribo estas cosas mías.
NOTAS
(1) Premio de relatos “La Nación” de Buenos Aires con “La gran temporada”.
(2) “Las mil noches de Hortensia Romero”
(3) “La canción del pirata”
(4) El término lo empleó S. Doubrovsky en el año 1.977 para dar nombre a una narración cuyo protagonista tiene el mismo nombre y apellidos que el autor y, además, todos los datos atribuidos al personaje son históricos y fácilmente comprobables, si bien el autodiscurso se ensambla en una pirueta lingüística que lo aparta del enunciado autobiográfico.
(5) Premio Café Gijón.
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