EL ALCALDE DE BADAJOZ Y LA “CATOLICINA”
José R. Delfín
Una de las razones de que en política hay que actuar con la razón y no con el corazón es que mientras que con la primera se enfoca el asunto según las realidades y, por tanto, se barajan las soluciones que verdaderamente se puedan aplicar en esos instantes, con la segunda, con el corazón, no dejar de ser una cuestión de sentimientos, poco concretos en cuanto a su fiabilidad, habida cuenta que, la mayoría de las veces, los sentimientos son un acto de fe y, dado que la fe es algo intangible, no se pueden mostrar para comparar con el poseedor o poseedores de otra fe para valorar su verdadera razón. Es por ello que cuando se toman decisiones basándose en algo tan inmaterial como son los sentimientos, se corre el riesgo de cometer actos injustos. Cosa que sucede con demasiada frecuencia.
Una prueba de lo manifestado más arriba es lo que está sucediendo en Badajoz y cuyo principal protagonista es su Alcalde, Miguel Ángel Celdrán, militante destacado del PP, quien, según parece, en ciertas actuaciones antepone el Catecismo del Padre Ripalda a las más elementales normas de ciudadanía democrática. Me explico: El bibliotecario que trabajaba en la Biblioteca Municipal ubicada en el pacense barrio de Cerro de Reyes sufrió una agresión por parte de unos vándalos y, en vez de salvaguardar la seguridad del empleado municipal con la presencia de un Guardia de Seguridad, o por cualquier otro medio, cierra la Biblioteca y la traslada a una sala de la Parroquia de “Jesús Obrero”. Digo yo que será para que “los santos” representados en la misma salven de futuras agresiones al encargado de la Biblioteca y, de paso, para que los lectores recen un padrenuestro y un Rosario por la salvación de los vándalos. ¡Eso es fe! Pero seguimos:
En una reunión mantenida con el Presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, este le comenta al pío alcalde de Badajoz, la conveniencia, por el bien de todos los extremeños y el buen nombre de los políticos, de que todos los cargos públicos de nuestra región se rijan por un Código de Buenas Prácticas, a lo que tan “religioso” señor responde que “el mejor código es el que los padres enseñan a los hijos en sus casas”. Ante tamaño despropósito no tengo más remedio que preguntarme: ¿Qué es lo que pasará cuando un cargo público proceda de un ambiente familiar de los llamados difícil? ¿Se debe regir por el mismo código que padeció en su infancia o, por el contrario, atenerse a los mandatos de nuestra Constitución? ¿Tal vez pedirle al santo Patrono de la ciudad que le guíe?
Y, para terminar, tengo que recordar el merecido homenaje que los pacences rindieron al mejor alcalde de toda la historia de Badajoz: Manuel Rojas Torres. Un hombre que se entregó por completo a la defensa de todos los habitantes de su ciudad, sin tener en cuenta a que partido político pertenecía, ni a quien votaba. Era el Alcalde de todos y para todos. Entre sus logros, está -y perdurará hasta que los pacences “del pueblo llano” quieran- el que su carnaval sea conocido en toda España y que sea considerado como los mejores de nuestra península, -detrás de los de Cádiz, de donde bebió-, con el significado económico y publicitario que ello significa para la ciudad; y, lo que todavía es más importante: el cambio social y físico que, aún hoy, goza la ciudad y que los “peperos” parecen empeñados en cargarse. Pero no escribo sobre Rojas solo por recordar lo mucho y bueno que hizo por la ciudad fronteriza. No. Lo hago, además, por recordar a los pacences que Miguel Angel Celdrán, el actual alcalde, no tuvo la delicadeza de asistir a los actos de quien fue un verdadero benefactor para toda la ciudadanía. Su excusa fue “que era un acto de partido”. Pobre excusa. Máxime teniendo en cuenta que Rojas, si era necesario, se enfrentaba al partido que tanto amaba, “su partido” por defender aquello que creía era bueno para su ciudad y sus conciudadanos. Pero lo que riza el rizo es que, tras las declaraciones que hizo Celdrán, referente a que era un acto de partido, recordó –y lo dijo públicamente- que Roja y él fueron “amigos de toda la vida”. Extraño sentido de la amistad y del agradecimiento hacia quien tanto había hecho por Badajoz.
Cosas como las que anteceden pueden dar la impresión de que el código genético del alcalde de Badajoz puede haber sido alterado por esa “droga” que posiblemente le inculcaron desde pequeñito y que yo denomino como “catolicina”. En cualquier caso, que su Dios le perdone y, de paso, que proteja a todos los habitantes de Badajoz.
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