EL DESEO DE LA MAYORÍA
José R. Delfín
Estoy Seguro. La mayoría de los que han padecidos una Guerra Civil o de los que han nacido recién terminada la misma -que es otra forma de padecerla-, se encuentran en un estado que se podría denominar como “de hastío y de esperanza”. Hastío por la razón de que, prácticamente todos los días, vemos como se criminaliza a personas que no comparten los mismos puntos de vista sobre determinados actos realizados por otros, o el enfoque político de la otra parte; y esperanza por considerar que gracias a los actos de muchos de los loquinarios que existen en los partidos políticos -quienes destacan por la escasez de talento y por la abundancia de mal talante- se está logrando que los que están en política por altruismo, por creer que su aportación a la vida de sus conciudadanos redundará en beneficio de todos, sea cual sea la ideología política o religiosa, estén intentando que los profesionales de las poltronas se aprieten los machos y piensen en aquellas cosas que de verdad son buenas y necesarias para todos.
Es lamentable que puedan existir personas en cargos públicos –políticos en ejercicio- que no soporten las críticas de los que no están de acuerdo con su manera de entender lo que es gobernar, o con una determinada decisión y, por ello, encubiertamente, puedan poner barreras, trabas, o boicotear todos los acto o iniciativas que tengan aquellos que osen criticar el poder, aunque sean para el mayor enriquecimiento de todos los ciudadanos. Ya es hora de que el sentido común impere, pues “ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador”.
Por otra parte están los que se consideran herederos de un pasado –terrible pasado- entre dictatorial y seudo teocrático y pretenden, basándose en falsas verdades, recobrar parte de esa herencia, para con ello tener más riquezas y poder. Pero, debido a la soberbia y al alto grado de vanidad que rigen sus vidas, no se dan cuenta de que en pleno siglo XXI sería absurdo pretender que el mundo se rija por una Teocracia, habida cuenta que nadie puede admitir que lo incognocible ordene la vida de cada cual, puesto que al ser incognocible nadie ha podido conocerlo para describirlo, ni tampoco para afirmar con la autoridad suficiente haber recibido unas determinadas instrucciones para conducir los destinos de la humanidad. Todo cuanto se dice es pura teoría; una leyenda, un mito. La leyenda puede ser muy bien intencionada, pero no por ello deja de ser el invento de una o varias personas para lograr un determinado objetivo o, simplemente, la transformación a través de los tiempos de una determinada realidad.
Vivimos en un tiempo en el que el nivel cultural medio nos es ni minimamente comparable al de hace tan solo cincuenta años y, además, en un Estado democrático. Pero cuidado, cuando un sistema no acepta las críticas y se dedica a tomar represalias de los críticos la lectura es fácil: El sistema no es democrático, es dictatorial, lo cual no contribuye lo más mínimo a que los ciudadanos, aunque con distinta manera de entender la política a emplear para el engrandecimiento económico y cultural y el bienestar social de la nación, dejen de tomar como referencia cualquier tiempo pasado y en cambio sirva de abono para que el resurgir de viejos resentimientos sea el fruto sociológico del árbol de la injusticia. Sería la reacción lógica a una acción ilógica en una sociedad democrática.
Aún se encuentran vivas personas que son convalecientes de las heridas del pasado, y descendientes de los mismos que han revivido junto a ellos los sufrimientos que padecieron, pero eso es algo que no ven –o no quieren ver- algunos gobernantes, pues con sus comportamientos parece que se empeñan en convertirlo en algo crónico. Esa es otra de las razones para que de nuevo me salga desde dentro del corazón el grito que ya os trasmití en el número 45 de Atman: ¡basta ya de cruces y de hoces!
En los tiempos que vivimos la mayoría de los seres humanos estamos convencidos de querer vivir en paz y democráticamente; pero no se puede predicar la Libertad y actuar como Dictadura.
Utilicemos más las enseñanzas de las antiguas filosofías. Esas que, en síntesis, son las que nos vienen a decir que debemos amarnos más los unos a los otros para, tal vez en otra dimensión, espacio o mundo, o con el transcurrir de los tiempos en éste en el que nos encontramos, comprobar la veracidad de las enseñanza de los Maestros y poder gozar de una convivencia en la cual la alegría y el amor sean las cosas que imperen sobre las demás.
Tal vez sea una utopía pero, por si las moscas, en cualquier caso, también nos queda la esperanza de que los votantes sean cada vez menos gentes de partidos y más de aceptar un programa afín a la mayoría de estas ideas.
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