IMPRESIONES DEL SIMPOSIUM
José. R. Delfín
Soy de los que opinan que en la vida casi nada es casual, más bien causal. Me explico: Tras algunos años sin contactar con un amigo, con el que compartí muchas horas de búsqueda científica de todo lo sobrenatural –entendiéndose como sobrenatural a los llamados fenómenos parasicológicos- a través de la Sociedad Española para la Investigación del Fenómeno Paranormal, de la que él mismo fue fundador y Secretario General, y de la cual, a su vez, me nombró Presidente Provincial y miembro del Consejo Nacional (el segundo honor venía en el mismo lote al aceptar el cargo de Presidente), sentí la necesidad de saber algo de él, pues la verdad es que era mutuo el aprecio que sentíamos pero, justo es decirlo, ambos siempre habíamos sido bastante dejadillos -por minimizar algo nuestra pereza en reanudar contacto, o a la falta de tiempo para dedicarlo a otros menesteres que no fueran aquellos a los que nos estuviésemos dedicando plenamente- y, sin más dilación, le llamé al teléfono que tenía anotado en una vieja agenda, ya sin utilizar pero que (¿casualmente?) guardaba- y la respuesta de quien descolgó tras mi llamada fue de que “hacía años que ese teléfono no pertenecía a dicha persona, y que no sabía quien era”, lo cual no fue impedimento para que continuara tratando de encontrarlo... y, por fin, lo encontré.
Tras las mutuas palabras de alegría por el reencuentro, nos contamos “algo” de nuestra vida durante el tiempo que habíamos pasado sin saber el uno del otro, aunque, según nos dijimos, recordándonos muy ha menudo; y supe de su vida y, lo más importante, de su hallazgo en la década de los noventas del pasado siglo; y de que se encontraba pleno de Felicidad, de Alegría (el que tenga ojos que lea) -aunque esto último se le notaba-, y quedamos en vernos.
Por fin nos encontramos físicamente y pude conocer a Ananda, la cual, desde el primer momento, entró a vivir en un trocito de mi corazón, junto al que vivía mi amigo Rafael. (Por cierto, el nombre de Ananda me pareció más propio de un palmípedo que de una bella mujer, pues no se me ocurrió para nada pensar en el añejo sánscrito)
Sin rodeos, como siempre habíamos actuado el uno con el otro, Rafa me pidió que asistiera a un acto que había organizado en la ciudad de Toledo, un Simposium, y que sirviera de moderador y, puesto a pedir, que me fuera el día antes. ¡Toma ya! ¡Cómo yo no tenía nada que hacer! ¿Quién se encargaría de mis cosas, de mis quehaceres y obligaciones? El caso es que su insistencia y su entusiasmo hizo que obviara todos los impedimentos y que me decidiera a compartir con él ese fin de semana.
No les cuento la odisea que supuso el poder encontrar el lugar de celebración de dicho Simposium, pues aunque tenía varios números de teléfono a los cuales llamar cuando llegara a Toledo para que vinieran a buscarme –que para esas cosas Rafael es siempre muy cuidadoso- nadie respondía a mis llamadas, razón por la cual el Simposium por muy poco no se convirtió en soponcio. Más tarde pude comprobar que el lugar de celebración no era el más apto para recibir llamadas de móviles: no había cobertura.
El caso es que lo encontré ¿Casualidad?
Nada más bajar los escalones que separaban la entrada del salón de actos, una bella y amable joven me entregó, junto a unos folios referentes a la escuela de enseñanzas védicas Niyama, un díptico igual al que me había entregado mi amigo, para que me enterase de los interesantes temas que allí se tratarían, gracias a lo cual supe que ese era el lugar, pues mi primera impresión, antes de fijarme con detenimiento en quienes se encontraban sentados en la mesa de actos, junto al conferenciante, es la de que eran o ATS o barberos, pues se revestían de un blusón o bata blanca, parecido a los utilizados en esas profesiones.
A los pocos instantes de tomar asiento y de forma inesperada por mí, se me invitó a formar parte de la mesa, atención muy de agradecer.
En el descanso Rafael, El Maestro, me fue presentando a los presentes y ahí en realidad comenzó todo.
Me explico: Yo ya sabía que se trataba de un Simposium en torno al Yoga, cuyo significado en sánscrito es re-unión, volver a encontrarse con el autentico ser interior; que es un sistema de perfeccionamiento integral –físico y espiritual- basado principalmente en los Vedas y los Upanishads, con una antigüedad de al menos 5000 a 6000 años, y que en España, del Yoga, lo que más se conoce es la parte física, sus ejercicios y posturas, con los cuales se van logrando, además de un mejor bienestar físico, una más clara visión de lo espiritual, pero que no deja de ser solo una parte del verdadero Yoga, más cuando observé que el comportamiento de Rafael, sus ademanes, su forma de hablar, su mesura, su afecto con y hacia todos los presentes era el mismo que había tenido siempre conmigo y con las demás personas vi, con la razón y el corazón –que, como inspiradamente me dijo Ananda, es como hay que ver y hacer las cosas- que en nuestras búsquedas en el pasado ninguno sabíamos realmente cual era nuestro objetivo (aunque a mí me continúa pasando lo que a mi amigo E. Cortijo: Aún no se que es lo que busco), y que él, Rafael, El Maestro, aún sin saberlo, ya era en aquella época Sri Radhakrishna Yogananda.
Y -justo es decirlo- los componentes de la Escuela Niyana, todos ellos, juntos y por separados, son las personas con las que cualquiera se siente a gusto: amables, cálidas, sin ningún falso pudor en demostrar su afecto. Así da gusto.
Por todo ello, tras el Simposium, solo me queda agradecimiento; la alegría de haber asistido y, lo más importante: creo haber visto un pequeño rayo de luz que, si no es por una puerta, al menos si que me entra por el pequeño hueco de una ventana.
¿Casual o Causal?
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