HABLADURÍAS Y CHISMORREOS
José R. Delfín
Recuerdo que hubo una época en mi vida durante la cual temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinarían de mí, pues hay personas que, casi por costumbre, se dedican al chismorreo y difunden habladurías sobre vecinos, compañeros, amigos y hasta de familiares, sin tener en cuenta las consecuencias que ello puede acarrear a los llevados de boca en boca o incluso a ellos mismos, pues la mayor de las veces dichas habladurías y/o chismorreos no son más que el intento de ocultar sus propias carencias y de ese modo las tratan de minimizar; o simplemente venganza por algo que no gustó a alguien; o envidia por lo que otro u otros haya podido lograr o sepa hacer. Incluso para alegrar el oído de alguien que tenga poder, ya sea este fijo o temporal. Estas personas, además de crear un mal ambiente en el entorno en el que se desenvuelven, suelen sentirse -y de hecho son- unas criaturas amargadas, por muy risueñas que se muestren ante los demás.
Si algo me puede importar sobre este tema es lo que opinen de mi las personas inteligentes y como, estoy convencido de ello, las personas verdaderamente inteligentes no suelen decir lo que opinan de los demás…
¿Pero que ocurre cuando dichas habladurías, lógicamente basadas en algo espurio, han creado una predisposición contra esa persona o personas?
A quienes se dedican a practicar tal deporte les voy a contar una historia que cierta vez escuché, con el deseo de que la misma les haga reflexionar y cambiar esa manera de actuar:
Un día cierta señora que había calumniado a unos compañeros suyo -todo por la envidia que sentía al ver que los mismos eran mejor recibidos en sociedad que ella, lo que en cierto modo consideraba un éxito para ellos y una afrenta para si-, como en el fondo de su corazón era eso que hemos dado en llamar una buena persona, se sintió muy arrepentida al considerar lo injusta que había sido y las consecuencias que su proceder había podido acarrear, por lo cual, como estaba muy apegada a la religión, entró en una iglesia y, tras arrodillarse, pidió a Dios que la iluminara sobre la manera de corregir el daño que podría haber causado con sus habladurías. El Supremo le dijo que llenara un saco de plumas, de las más pequeñas y ligeras, y que una a una las fuera soltando allá por donde caminara. Ella se puso muy contenta por la aparente fácil solución que Dios le había dado y, con gran diligencia se dedico a ello. Cuando terminó su cometido fue de nuevo a la iglesia llena de alegría y le dijo al Señor:
“Señor, ya terminé de hacer lo que me encomendaste”.
Y Dios le dijo:
“Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Por lo tanto sal a la calle y búscalas.”
La mujer se dio cuenta enseguida que ello significaba una misión imposible, pero a pesar de todo lo intentó. Lógicamente terminó sin haber podido reunir casi ninguna. Volvió al templo y escucho como Dios le decía:
“El viento hizo que las plumas volaran y por eso no las pudiste juntar de nuevo. De la misma manera el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Solo te queda pedir perdón, pues lo hecho ya no tiene remedio”.
La moraleja es bien sencilla: si no quieres sentirte culpable y ocasionar daños irreparables deja los chismorreos, las mentiras y las habladurías y piensa que tu puedes ser objeto de igual trato; y quien se sienta dañada por tales hechos debe alejar de su lado a todas aquellas personas que sean chismosas, empleen la mentira y propaguen las habladurías…o que no lo haga, que a lo mejor esto son cosas mías
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