jueves, 9 de abril de 2009

LAS AGRESIONES DE GÉNERO

LAS AGRESIONES DE GÉNERO
José R. Delfín

Aún cuando se sea de natural pacifico cuesta trabajo mantener la serenidad ante tantas agresiones como están recibiendo algunas personas del mal llamado sexo débil. No es ninguna atenuante –ni legal ni social- el que la agredida fuera quien iniciara la discusión o la situación que terminó en la agresión, pues al inicio de la controversia que propiciara la posterior ira siempre quedaba la salida de abandonar el lugar y, por supuesto, a la persona que con sus comprometedoras palabras o actos estuviera creando el clímax apropiado para que la otra parte perdiera los nervios y la agrediera; y de forma inmediata personarse en la comisaría más próxima para denunciar los hechos.
En cualquier caso, no es fácil erradicar este tipo de agresiones de la sociedad española, pues, nos guste o no, el matrimonio no deja de ser un convencionalismo contractual más, por mucho que parte de la sociedad se empeñe en camuflarlo con la religión o con la ley, y hay “contratantes” que se sienten defraudados porque “el genero” que contrató no resultó como él o ella esperaba o desearía que fuera. Y menos aún ahora, cuando España está siendo compartida por tantos hispanos-americanos que han venido a la madre patria en busca de un futuro mejor para ellos y para sus familias, pues con la llegada de estos se incorpora también a nuestra sociedad un machismo que está muy arraigado en las costumbres y tradiciones de los pueblos hispanos. Un machismo al que muchos varones confunden con que es sinónimo de hombría. Esa es parte de la herencia que los españoles les dejamos.
Este problema, como sociocultural que es, sólo puede ser erradicado de la faz de la tierra –al menos en una gran parte- por medios docentes, culturales y de costumbre.
El papel de la docencia es primordial para que las nuevas generaciones vean en el otro género a un igual, sea varón o hembra, de un color de piel o de otro, o que prefiera cualquier tipo de tendencia sexual o religiosa. Pero eso requiere tiempo. Mucho tiempo. Y en lo referente a la costumbre, la acción de la justicia debe endurecer las penas para que las personas en las cuales la tradición cultural de la “inferioridad de la mujer”, o la de que “esta mujer es mi esposa, novia o compañera y, por tanto, me pertenece” aún vive, cuando cometan un acto de los que se han dado en llamar agresión de género pasen muchos años de su vida en prisión, sin ningún tipo de beneficios de reducción de condena. Todo ello hasta que en las generaciones en las que el sentimiento de la igualdad de género sean el que prime. O lo que es lo mismo: Hasta que la sociedad en su conjunto sea conciente de que todos los que habitamos en este planeta llamado Tierra somos seres humanos iguales para todo, exceptuando las lógicas diferencias elementales propias para la continuidad de la especie.

Esto puede parecer una utopía pero, al fin y al cabo, son cosas mías.

(Obviamente queda excluido un problema imperecedero: La celopatía).

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